El lunes 28 de julio de 1766 los mineros de la veta Vizcaína presentaron, ante los oficiales reales de la Real Caja de Pachuca, un pliego petitorio cuya primera y mayor demanda era la restitución íntegra de una tradicional forma de pago extra conocida con el nombre de partido.

Esto consistía en que, tras cumplir con el tequio, es decir con la cuenta de rigor asignada a cambio de su jornal, el barretero tenía libertad de sacar más costales para aumentar su ganancia – a condición de partir la mitad de lo extraído, con el propietario de la mina -, y posteriormente podía vender su parte de metal a quien le conviniera. Por lo general la mejor clientela era la de los rescatadores independientes, quienes ofrecían más alto precio que los dueños de minas y haciendas de beneficio. Estos últimos no veían con buenos ojos una forma de pago que mermaba parte de sus ganancias, así que trataban por diversos medios de acabar con ella.

Así que a eso iban a Pachuca la mañana del lunes. Pero como eran muchos les pidieron que nombraran una comisión….. Pero al fin los trabajadores accedieron a nombrar seis representantes: los hermanos José y Vicente Oviedo, Juan González. Juan Barrón y muy probablemente Antonio Alfaro y Juan Bacuaro.

En esos lluviosos y gélidos días de julio, Pedro Romero de Terreros, hacendado y dueño de las minas donde laboraban los solicitantes, se encontraba en México. Y era tal el sojuzgamiento que este futuro Conde ejercía sobre las autoridades, que estas no se atrevieron a obrar en un solo punto de las demandas presentadas por los mineros sin antes consultarlo por escrito. Este proceder impidió una resolución pronta del asunto, generando desesperación entre los trabajadores, así como su negativa a reanudar labores en tanto no se diera respuesta a sus planteamientos.
Posteriormente los trabajadores presentaron al Virrey el testimonio del pliego expuesto en Pachuca, así como un documento más amplio y mejor argumentado, donde además de varias cosas explican las medidas graduales que Romero de Terreros ha ido adoptando hasta anular en los hechos la costumbre del partido.

Es el viernes 15 de agosto de 1766, la tarde anterior, y por segunda vez en menos de dos semanas, la fuerza colectiva y la razón dieron a los mineros una victoria sobre alguien punto menos que poderoso en estos lares, Don Pedro Romero de Terreros, dueño de las minas de la veta Vizcaína y futuro Conde de Regla.

A las ocho y media se suscita una discusión en Santa Teresa porque el rayador de ahí, un hombre especialmente odioso para los mineros debido a su prepotencia y malos tratos, considerando que un barretero ha apartado lo mejor del metal para el partido, revuelve este con el de la cuenta. El presunto afectado se asoma a la puerta y dice a quienes esperan en el exterior de la galera para comenzar su turno: “Revoltura”. Basta ese aviso, esa sola palabra convenida, para que sus compañeros rehúsen laborar. Juntos acuden a la mina La Palma, donde se encuentra Romero de Terreros. Este se niega a escucharlos. Ya muchos ánimos empiezan a estar fuera de control. Los recogedores tienen instrucciones de conducir amarrados a quienes no acudan al pueble de las minas.

Tras una hora de espera ante la ermita del señor de Guerrero, llegan al atrio de la Asunción, donde la multitud esta a punto de desbordarse. En este momento aparece el Señor Cura, el doctor José Rodríguez Díaz, quien sale de dar su sermón. No falta quien lo insulte y alguno lo amenaza, un peón dice: “O compone esto o a sangre y fuego se ha de acabar hoy el Real”.

El cura los contiene y ofrece mediar ante Romero de Terreros. Va en su busca y da con él en San Cayetano. Tras un par de horas de discusión, verdadero martirio para el cura, aparentemente llegan a un acuerdo : se respetará el partido si los barreteros no actúan dolosamente como es su costumbre, a cambio, el doctor Rodríguez Díaz se compromete, a que para el turno de la noche las minas volverán a estar pobladas.

No obstante al poco rato, dos recogedores de don Pedro entran en una taberna y sacan a golpes a unos mineros de Morán. Los traen a maltraer por la calle. La escena es advertida por uno de los grupos que aún no se disuelve. Van sobre los verdugos. Van en bando.

-Ha estallado la revuelta.

El rumor crece, pero es todo Real del Monte el que se alza, poco a poco ya sin freno.

Los verdugos ya han extendido el motín exactamente hasta el lugar donde, sordo a los barruntos de una tempestad que se veía venir se halla Romero de Terreros.

-Mueran estos cornudos.

Se oyen gritos y pasos acercándose. Una granizada de piedras azota el tejado de la galera de San Cayetano. El Alcalde mayor, Miguel Ramón de Coca, sale a contenerlos, mientras don Pedro y otros acompañantes suben a un tapanco.
En eso, don Pedro escucha las campanillas sacras que le suenan a gloria. Para entonces afuera la multitud se ha dispersado. Romero de Terreros huye a su hacienda de San Miguel. Todo esta en paz, mañana será otro día.

Francisco Javier de Gamboa ha de ser el primer comisionado virreinal que se encargue especialmente del asunto, tanto para definir responsabilidades como para asegurar la paz y, ante todo, la producción normal de plata en este Real.
Y sea porque el escenario se había quedado sin su principal y más interesado protagonista, Pedro Romero de Terreros, sea porque el Virrey hacia oídos sordos a las sugerencias represivas-selectivas de Gamboa, el caso es que el conflicto quedó resuelto, por lo menos temporalmente, en una virtual victoria de los mineros.

Bibliografía: Rio de Estrellas (los sucesos del 15 de agosto de 1766 en Real del Monte).
Autor: Agustin Ramos. Editor: Compañía Real del Monte y Pachuca, S.A. Editado: 30 de junio de 1988.

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